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Actualizado: 15 de julio de 2025


Casi todos eran mujeres: por milagro llegaba un hombre a confesarse. Estas mujeres, siempre las mismas y con los mismos pecados, concluyeron por aburrirle. Al principio, observando la docilidad con que escuchaban sus consejos, la ardiente piedad que mostraban y afición a los sacramentos, imaginó que le sería fácil hacerlas cada día mejores, levantarlas hasta la santidad o poco menos.

Para acabar de aburrirle y trastornarle, un día fue Villalonga con nuevos cuentos. «He averiguado que el hombre aquel es un trapisondista... Ya no está en Madrid. Lo de los fusiles era un timo... letras falsificadas». Pero ella... A ella la ha visto ayer Joaquín Pez... Sosiégate, hombre, no te vaya a dar algo. ¿Dónde dices? Pues por no qué calle. La calle no importa.

Don Víctor llegó a creer que a Mesía ya no le importaban en el mundo más negocios que los de él, los de Quintanar, y sin miedo de aburrirle, tardes enteras le tenía amarrado a su brazo, dando vueltas por las tablas temblonas del salón, parándose a cada pasaje interesante del relato o siempre que había una duda que consultar con el amigo. Don Álvaro sufría el tormento pensando en la venganza.

No deja de tener gracia eso de perder un empleo por hacer figuras de barro. Comprendo que usted se arruinara por mujeres de carne y hueso... pero por muchachas de barro o de mármol, eso, francamente, excede para los límites de lo comprensible. Pocos momentos después nació en su espíritu la sospecha aterradora de que la conversación empezaba a aburrirle.

Palabra del Dia

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