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La quilla estaba hincada entre los peñascos de Frayburu, y no hubo manera de arrancarla de allí y de poner el barco a flote. Los prácticos desistieron de la empresa, y aconsejaron al capitán bretón que aprovechara la carga y abandonara lo demás. Así se hizo; cuando mejoró el tiempo unos cuantos hombres descargaron el barco y lo desmantelaron.

Ya he dicho que el genio del escritor se reconoce sobre todo por la creación de tipos y que ningún carácter de invención se convierte en tipo si no presenta esa expresión de individualidad original, pero asequible, que la hace familiar a todo el mundo. ¿Quién de vosotros no conoce a Don Quijote y a Sancho? ¿quién no se complacerá en creerlos trotando juntos, el uno sobre Rocinante, el otro sobre su rucio, por las llanuras de la Mancha? ¿quién, encontrándose en España, no abandonará a costa de grandes molestias, los animados corros de la Rambla o las voluptuosidades del Prado para ir a buscar el inmortal espíritu de los dos héroes a alguna posada?

»Navega pues, supuesto que es preciso, frágil barquilla mía; ve a desafiar la tempestad. Afortunadamente yo seré tu piloto; yo sabré gobernarte y no te abandonaré a merced de las olas. »¿Qué sería de mi vida, pobre hija mía, si te abandonara yo?

Que abandonara esa vida de vagancia, que se hiciera hombre de provecho, que trabajara... ¡Trabajar Agapo! ¡si apenas podía llevar su alma a cuestas! sus brazos colgaban lánguidos de los hombros, sus piernas se negaban a sostenerle mucho rato y hasta su pensamiento era tardo y perezoso, como obrero holgazán que ama el descanso.