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Las marismas estaban llenas de agua, la alta marea había sumergido en parte el jardín del faro, batiendo tranquilamente la base de la torre que se asentaba ya sobre un islote. Magdalena caminaba ágilmente por los caminos mojados. Cada paso señalaba en la tierra blanda la huella de su calzado estrecho, con altos tacones.

Y como Martholl, Platel, Bertrán y James Milk, les tendieran sus brazos auxiliadores, las primeras siluetas finas fueron deslizándose una a una. Entonces el corazón de Juan latió con violencia. Pero pronto su semblante se serenó; lo que él temía, no sucedió; ágilmente, María Teresa saltó sin la ayuda de nadie.

Con gradas, azadones y arados revolvíase aquel suelo movedizo, y cuantos más insectos se mataba más había. Rebullíanse por capas, con sus altas patas enredadas unas en otras; los de encima saltaban ágilmente para salvarse, agarrándose a los belfos de los caballos enganchados para esa extraña labor.

El viejo camarada había perdido la corrección habitual de sus cuellos y de su corbata; dos chapas rojas alegraban su semblante. Fernanda se hallaba perezosamente reclinada en el muelle respaldo de raso del cupé; a pesar de sus 38 a 40 años estaba bellísima. Al vernos se incorporó, consultó la hora y bajó ágilmente del carruaje, subiendo a su victoria de un salto.

El joven se agarró a una cuerda, y, manteniéndose perfectamente sujeto para no ser arrastrado por las olas, llegó hasta la chalupa, ayudándole su hermano a embarcarse. Van-Horn le siguió ágilmente, a pesar de su edad, y, por último, el Capitán entró también en la pequeña embarcación. ¡Soltadla! ordenó Van-Stael.