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Con todo, en el género puramente artístico y literario, no había producido aún la obra que era dable esperar y que hoy llega con TRANSFUSIÓN, como un resumen de energías y una síntesis de belleza. Es una novela autóctona en la más estricta acepción del vocablo, pero lo es a la manera de las que soportan traslaciones a idiomas extraños y ello merced a la universalidad del asunto.

Somoza solía aprobar moviendo la cabeza y diciendo: ¡Mucho! ¡mucho! ¡oh, , la ciencia! ¡mucho!... ¡la transfusión!... ¡claro! Tenía cierto miedo a los conocimientos médicos de don Álvaro.

Cuando Pepita y yo nos damos la mano, no es ya como al principio. Ambos hacemos un esfuerzo de voluntad, y nos transmitimos, por nuestras diestras enlazadas, todas las palpitaciones del corazón. Se diría que, por arte diabólico, obramos una transfusión y mezcla de lo más sutil de nuestra sangre. Ella debe de sentir circular mi vida por sus venas, como yo siento en las mías la suya.

»La transfusión está hecha, ¿para qué más? Sutil e inadvertidamente la salud espiritual de Melchor ha sido absorbida por Ricardo y por Lorenzo, los que a su vez le han dado a respirar sus almas enfermas, como las flores, que al ampararse del oxígeno, que es la vida, exhalan el ácido carbónico, que es la muerte.

No nos referimos sólo a los caracteres centrales de la novela, a los que forman el núcleo de su acción íntima, sino también a las figuras de segundo término, o episódicas. El señor Vedia ha matizado TRANSFUSIÓN con algunos trozos descriptivos que pueden citarse como páginas de primer orden.

Entre los juicios que esta obra mereció, cuando vio la luz pública, se encuentra el siguiente, que expresa, con particular acierto, el concepto ideológico y la finalidad moral a que «Transfusión» responde: «Rosario, julio 15 de 1908. Señor Enrique de Vedia. Buenos Aires.