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¡Pido la palabra! dijo, saliendo á primera fila, un hombre muy entrado en años, cano de greña, enjuto y ahumado de carnes y ronquillo de voz. Hable Garabiel Pernías díjole el alcalde.

Tocante á la vaca replicó el pastor, tocante á la vaca, tío Garabiel, usté sabe mejor que yo que la vaca es una cabra condená que no se pué hacer vida de ella. Los cinco sentíos del alma le pone uno encima, y con too y con eso no se la pué meter por vereda. Si usté la chifla pa golvela, malo; si usté la vocea, pior; si se la apedrea, ¡me valga el Señor!, no la alcanza un galgo.... Pus évate que voy, amigo de Dios: hace ocho días, trepa la condená por un pedregal arriba á pacer unos matorrales que estaban entre un cajigaluco; salgo detrás de ella, hace la feguración de echarse cancia el desfiladero que estaba por la banda de atrás, atájola yo corriendo, asústase más la endina, échase de prisa por onde había subido, rueda como una pelota, y rásgase el pellejo contra la punta del peñasco. ¡

¡Sastifecho! dijo con solemnidad Garabiel Pernías, retirándose á la segunda fila. Otro de los que formaban en ella salió en seguida á la primera, y endilgó al pastor estos cargos. Yo mandé al puerto una vaca geda de siete meses, y pa el efeuto de destetarla, dejé la cría en casa.

Yo, bien lo sabe Dios, me comí la feura al conocerlo; pero el hombre, es la verdá, no acanza los imposibles..., y si ha hubío falta, perdonar, que lo que es la voluntá no ha podío ser mejor; y cinco años que llevo en la cabaña cantan bien claro si cumplir con mi deber. Sastifecho contestó el interpelante con la misma formalidad que Garabiel Pernías.