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¡Que en qué batallas me encontré! exclamó D. Santiago Fernández, cuadrándose ante su interpelante y mirándole con el desprecio propio de los grandes genios que tienen puesta en duda su superioridad . ¿Pues no sabe todo el mundo que fuí asistente del señor marqués de Sarriá el año 1762, cuando aquella famosa campaña de Portugal, la más terrible y hábil y estratégica que ha habido en el mundo, así como también digo que después de Alejandro el Macedonio no ha nacido otro marqués de Sarriá?... ¡Qué cosas tiene este caballerito! ¡Preguntar en qué acciones me encontré! Aquélla fué una gran campaña, , señor: entramos en Portugal, y aunque al poco tiempo tuvimos que volvernos, porque el inglés se nos puso por delante, se dieron unas batallas..., ¡qué batallitas, mi Dios! Yo era asistente del Sr. Marqués, y todas las mañanas le hacía los rizos y le empolvaba la peluca, de tal modo, que la cabeza de nuestro General parecía un sol.

A usted le toca contestar. ¿No es usted otra cosa que correligionaria del Príncipe? No comprendo. ¿Es usted también su querida? La joven miró a su interpelante con ojos inflamados, casi con expresión de ira, pero no dijo una palabra. ¿Tampoco a esto quiere usted contestar? Voy a hacerle otra pregunta: ¿Dónde estaba usted en el momento de la muerte de la Condesa? En el escritorio del Príncipe.

Yo, bien lo sabe Dios, me comí la feura al conocerlo; pero el hombre, es la verdá, no acanza los imposibles..., y si ha hubío falta, perdonar, que lo que es la voluntá no ha podío ser mejor; y cinco años que llevo en la cabaña cantan bien claro si cumplir con mi deber. Sastifecho contestó el interpelante con la misma formalidad que Garabiel Pernías.

Lo he rasgado yo respondiola el mozo, tan ruborizado como la interpelante , porque era de necesidad abrir por algún lado para que usted respirara con desahogo.... y elegí ese lado de atrás por parecerme menos... vaya, menos... y aun eso se hizo, al llegar al corsé, bajo el impermeable que no se le ha vuelto a quitar a usted de encima. ¿Es cierto, Cornias?

¿Y este niño es de usted? preguntó uno de los visitantes. No, señor, yo no he tenido nunca hijos; este muchacho es un sobrino de mi marido, hijo de Tomás, que murió hace tiempo. ¿Qué Tomás? preguntó a media voz el interpelante a don Narciso, sin que mi tía pudiese oírlo. Don Tomás Rolaz, hermano de don Ramón, aquel empleado de la contaduría... ¿no se acuerda usted, hombre?

El redactor principal del N ... le contestó el secretario, director de una sociedad filantrópica, caballero de Carlos III, por una oda dedicada al rey; socio honorario de todos los clubs revolucionarios de París, por una elegía á Marat.... ¡Redactor del N!... exclamó admirado el interpelante. ¿Entonces hay en Madrid dos periódicos de ese nombre! No, señor don Silvestre.