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Bajaban algunos, ansiosos de saber si ocurrían novedades; pero en el patio había gran silencio, y aunque las puertas permanecían abiertas, no entraba bicho viviente. Cuando menos se la esperaba, entró Cándida turbadísima, diciendo entre ahogados gemidos: «Ya... ya...». ¿Qué, señora, qué hay?
Me dijo: «¿Chiquilla, qué es de tu vida?...». Yo no le pude contestar... Di media vuelta, y él me cogió una mano. Vamos, vamos, esto ya es demasiado declaró Guillermina, levantándose turbadísima . Otro día me contará usted eso... No, si no hay más... Yo retiré mi mano, y me fui sin decirle nada... No tuve alma para seguir adelante sin mirar para atrás, y miré y le vi... Me seguía, distante.
La misma Refugio le abrió la puerta, y sorprendiose mucho de verla. Rosalía, turbadísima, vacilaba entre la risa y la seriedad, no sabía si aplicar a la de Sánchez el trato familiar o el trato fino. El caso era muy extraño y encerraba un problema de sociabilidad de muy difícil solución. Desde la puerta a la sala no hubo más que medias palabras, frases cortadas, monosílabos.
Palabra del Dia
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