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En los libros algunas veces había leído algo así, pero ¿qué vetustense sabía hablar de aquel modo? Y era muy diferente leer tan buenas y bellas ideas, y oírlas de un hombre de carne y hueso, que tenía en la voz un calor suave y en las letras silbantes música, y miel en palabras y movimientos.

Pasó un año que en su reloj sólo representaba un segundo; luego pasó un siglo de igual duración... y al fin estalló el esperado trueno, temblando el «abrigo», pero con blandura, con sorda elasticidad, como si fuese de caucho. La explosión, á pesar de esto, resultaba horrible. Otras explosiones menores, enroscadas, juguetonas y silbantes surgieron detrás de la primera.

Era así... la podredumbre de la materia para los espíritus podridos.... Y ella había pecado, , , había pecado. ¡Qué diferentes criterios el que ahora aplicaba a sus culpas, y el que el mundo solía tener y con el cual ella se había absuelto de ciertas ligerezas que ya le pesaban como plomo!». Y recordaba máximas y aforismos religiosos que había oído al Magistral, sin penetrar su terrible severidad, aquel sentido lúgubre y hondo que no parecían tener en los labios finos, suaves, llenos de silbantes sonidos del pulquérrimo canónigo.

En política, sobre todo, el ex-clérigo se las echaba de muy entendido, principiando por decir que ya no le daba la gana de conspirar; como que tenía la olla asegurada y no quería exponer su pelleja para hacer el caldo gordo á cuatro silbantes.