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Estaban alegres, rebosando satisfacción por los ojos; pero las piernas no respondían a aquella eterna juventud de sus corazones: caminaban apoyándose en sendas muletas y agarrándose con la mano libre al brazo de sus acompañantes. Fueron recibidas con vivas y hurras. Se oyeron asimismo algunas frases harto familiares, de esas que nadie más que las benditas de Meré consentían y reían.

Los manijeros, conmovidos por el vino del amo, que no había hecho más que despertar su sed, intervenían paternalmente con el pensamiento puesto en otras botellas. Podían ir con don Luis sin miedo alguno: lo decían ellos, que eran los encargados de cuidarlas y respondían de su seguridad ante sus familias. Es un cabayero, muchachas, y además, vais a cenar con estas señoras. Toos personas decentes.

Pero ellos, lejos de intimidarse con la inmediacion de las tropas que se dirigian al ataque, se mantuvieron obstinados, sin pensar mas que en morir ó defender el puesto, que ocupaban con la mayor intrepidez y osadia, favorecidos de ambas piedras muy altas, que los ponian á cubierto, sin hacer caso de las ofertas del perdon, que les hacia un oficial de las tropas de Cotabamba, á quien con furor respondian, que antes querian morir que ser indultados.

Dejemos esto: oigo la campana de Bussieres que toca el Angelus; vale más rogar que escribir. Secaré mis lágrimas y diré, para sola, aquel rosario al cual mis pequeñuelas respondían siguiéndome otras veces, y que oirán hoy solamente los gorriones que se acuestan debajo de las hojas o en las grietas de las piedras.

Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le preguntaron si quería comer alguna cosa. -Cualquiera yantaría yo -respondió don Quijote-, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso.

La revolución de 1810 encontró en Córdoba un oído cerrado, al mismo tiempo que las provincias todas respondían a un tiempo: «¡A las armas! ¡A la libertadEn Córdoba empezó Liniers a levantar ejércitos para que fuesen a Buenos Aires a ajusticiar la revolución; a Córdoba mandó la Junta uno de los suyos y sus tropas a decapitar a la España.

Murmurábase en la ciudad de tal diferencia: los que nunca habían pisado los salones de la casa, embromaban a los que a diario los visitaban: respondían éstos negando la especie; pero aunque secretamente humillados, respetaban la feudal costumbre: nadie era osado a dar las tres campanadas del segundo estamento.

Y el resultado era que los dóciles churros, al día siguiente, en vez de ir al campo, presentábanse en masa á los dueños de las tierras. Mi amo: venimos á que nos pague. Y eran inútiles todos los argumentos de los dos solterones, furiosos al verse atacados en su avaricia. Mi amo respondían á todo : semos probes, pero no nos hemos encontrao la vida tras un pajar.