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Aquí pensaba yo lucirme describiendo las bellezas naturales de la isla, sus antiguallas, sus famosas ciudades, como Gnosos y Gortina, los vestigios del Laberinto donde estuvo encerrado el Minotauro, los esquivos lugares en que los dáctilos y los curetes bailaban sus danzas guerreras en torno del futuro monarca de los hombres y de los dioses, la sagrada caverna en que durmió su sueño secular Epiménides, y el punto en que se embarcó Ariadna con el falaz e ingrato Teseo, que luego la abandonó en Naxos, de donde la sacó en triunfo el dios Ditirambo con toda aquella comitiva estruendosa de faunos y de ménades, que tan gallardamente nos describen los poetas.

Con vacilante pie mal en el coro De ninfas entra; y el alegre giro Y canto de las Ménades sonoro, Ó con flébil suspiro, Ó con dolientes ayes turba acaso; Que, en el misterio de la santa orgía, Ni el hierofante el tirso le confía, Ni él llega hasta la cumbre del Parnaso. ¡Ay Clori! ¿Qué demencia te extravía?

El rey David no creía perder su dignidad por ir bailando delante del Arca. Los coribantes descendían bailando de la cumbre del Ida, las ménades con sus tirsos bailaban en el Citerón, y los profetas de Israel, en impetuoso coro, descendían bailando del Carmelo. No bailaban menos devota y desaforadamente los salios de Roma. Danzas sagradas ó hieráticas ha habido en todas las épocas y civilizaciones.