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Al entrar en Gallarta, el médico pasó apresuradamente ante su casa, temiendo que les viera Catalina y le apostrofase por su subida al monte. Vivo, muchacho; vamos aprisa. Son las siete y aún he de tomar el tren para Bilbao. Pasaron apresuradamente por la calle principal de Gallarta, una cuesta empinada y pedregosa con dos filas de casuchas que ondulaban ajustándose á todas sus tortuosidades.

Hasta los que vociferaban contra su riqueza y poderío, le temían como á una fuerza omnipotente. El doctor, al salir de Gallarta, se abrochó el gabán, estremeciéndose de frío. El cielo plomizo y brumoso se confundía con las crestas de los montes, como si fuese un toldo gris que hubiera descendido hasta descansar en ellas.

Mírela usted decía señalando á la imagen. ¡Qué hermosa es! ¡Y qué bien le sienta la corona!... Aresti miraba la imagen, el «fetiche bizkaitarra», como decía él en sus cenas con los amigos de Gallarta, y la encontraba grotescamente fea, como todas las imágenes españolas que son famosas y hacen milagros.

No puede ser otro. San Antonio es el patrón de las bestias y aquí en Gallarta hay tanto buey.... Al reconocer don Facundo al médico, refrenó el paso de su cabalgadura. A la mina, ¿eh? preguntó Aresti. señor: acabo de largar mi misita y ahora un rato á ver lo que hacen aquellos, hasta la hora de comer. Hay que cuidarse de lo divino y lo humano. Hay que trabajar, don Luis.