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San Bernardo hablando de ciertos herejes castigados como pertinaces, escribe: Mori magis eligunt quan converti: sed horum finis, interitus: horum novíssima, incendium: mirabantur aliqui quod non modo patienter, sed laeti, ut videbatur, duceren tur ad mortem: sed qui minús advertunt, quanta sit potestas Diaboli, non modo in corpora hominum, sed etiam in corda quae semel permissus possedit.

Horatius no perdonó la ocasion y, sin hablar tampoco ni de los muertos, ni de la pobre india asesinada, ni de los atropellos, le contestó en su Pirotecnia: «Despues de tanta caridad y tanta humanidad, Fray Ibañez, digo Ben Zayb, se reduce á pedir para Filipinas. Pero se comprende. Porque no es católico y el sentimiento de la caridad es más latente, etc., etc., etc. Talis vita finis ita.

Antiguamente todas las obras de las provincias las hacía el fraile ó el Alcalde con el trabajo personal, ó sea la antítesis de la falla; entonces se hacían obras que requerían trabajo duro, constante y pesado; antes la vigilancia podía hacerse porque se localizaba el trabajo en un punto dado al que podía llegar la inspección; antes un fraile decía á un Alcalde, ó un Alcalde á un fraile, vamos á hacer una iglesia, como San Agustín por ejemplo, ó un puente como el de la Perseverancia, pongo por caso, y tras aquellas palabras, ni más papeles ni más expediente, se abría á las pocas horas un cimiento por la piqueta de la prestación personal, cuya prestación personal no dejaba la obra hasta que fijaba en su punto mas culminante una sencilla cruz con el añejo «Finís coronat opus». El trabajo personal entonces era una verdad, se circunscribía al círculo de los muros de un convento ó al espacio que separan los estribos de un puente, y la prestación personal perfectamente vigilada sabía que desde formar el horno para hacer la cal hasta cepillar el último trozo de madera, todo lo había de hacer.