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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Júpiter, pues, al ver a Juno, se dejó vencer por la fuerza de aquellos hechizos; la requirió de amores con la mayor vehemencia; y no encontró modo mejor de someterla a su propósito y deseo que el de citarle todas sus travesuras y lances galantes, asegurando que en ninguno de ellos, ni con Dánae, ni con Leda, ni con Europa, ni con las demás princesas y ninfas que había seducido, se había sentido nunca tan emocionado, permítaseme la palabrota, como en aquella ocasión.
Quiso entonces persuadirse de que no estaba cautivo de una idea fija, de que el fantasma de Cristeta no le había sorbido la voluntad, y determinó visitar a cualquiera de aquellas antiguas conocidas suyas, y de otros, siempre dispuestas a representar papel de Danae no por una lluvia de oro, sino por unos cuantos duros.
Ni eran estas las únicas gracias y donaires de la cantora, antes lo mejor de su repertorio, la quintaesencia de sus monerías, guardábala para la dulce intimidad de los felices mortales que a aquella Dánae de bambalinas lograban aproximarse, bien provistos de polvos de oro. ¡Con qué felina zalamería menudeaba los golpecitos en la panza, y llamaba a graves sesentones ratoncillos, perritos suyos, gatitos, bibis, y otros apelativos cariñosos y regalados, que a arrope y miel sabían!
Si un pintor tuviese la fortuna de sorprender aquel momento y el don de fijarlo en el lienzo, podría representar, como nadie hasta hoy, a Dánae recibiendo en su prisión la conocida lluvia de oro. Fueron unos amores tiernos y poéticos, cándidos y voluptuosos a la par los de la hermosa dama y el joven naturalista.
Palabra del Dia
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