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» ¡Te amo, Amaury! »Esta doble exclamación abrió nuestras almas y ambos leímos a un tiempo en nuestros corazones, rebosantes de amor. »¡Ay! ¡Qué mal hago, Antoñita, en evocar estos recuerdos! ¡Son muy gratos, pero son muy dolorosos también! »Tenga usted la bondad, cuando me conteste, de dirigirme la carta a Colonia, desde donde le escribiré mi próxima. »¡Adiós, hermana mía!

Pero ¿qué jubiloso clamor es ese que sale de las mazmorras donde poco solo resonaban dolorosos alaridos y prolongados ayes de agonía? ¿Por qué sacuden sus vibradoras lenguas con tanto brío las antes sujetas y mudas campanas de las basílicas, ayer desiertas, abandonadas y amenazando ruina? ¿Qué significa ese imponente rumor con que despierta sobresaltada la poblacion entera? ¡Ah! ¡Es que ha amanecido el dia del gran desastre para el Islam!

De entre los árboles del bosque llegaba hasta ellos el ruido de unos golpes dados á intervalos regulares, el eco de ayes y lamentos dolorosos y una voz que entonaba acompasado canto. Llenos de curiosidad, se adelantaron rápidamente y vieron entre los árboles á un hombre alto, delgado, que vestía largo hábito blanco y andaba lentamente, inclinada la cabeza y cruzadas las manos.

El oro desaparecía rápidamente en las retortas, y, al cabo de muy poco tiempo, se encontró en la miseria, así como sus pupilos. Entonces fue cuando Pablo Aubry conoció días dolorosos. Su hermana Matilde pasó a un convento, donde tenían una tía religiosa; pero él tuvo que entrar de aprendiz: lo colocaron en una tipografía.