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Actualizado: 6 de mayo de 2025


»La fuerza del hábito hace que uno espere el número siguiente para continuar la fácil y agradable lectura que se realiza como si se oyera un fonógrafo invisible que reproduce para el oído lo que los cuadros admirablemente trazados reproducen cinematográficamente en la imaginación y casi diríamos en la pantalla retiniana.

Con mucho ménos trabajo saliéramos airosos del empeño si hubiésemos leido los autores de que se trata: quizas no disertaríamos con tanto aparato de erudicion y crítica; pero juzgaríamos con harto mas acierto. «El giro del pensamiento, diríamos, el estilo, el lenguaje revelan un escritor de tal época; este trozo es apócrifo, aquí se descubre la mano de tal otro tiempo;» y así andaríamos clasificando sin temor de equivocarnos, por mas que no pudiésemos hacernos comprender bien de aquellos que como nosotros, no conociesen de vista á aquellos personajes.

Cítesenos, diríamos en son de triunfo, una arquería ojival en cualquier otro monumento anterior á la parte añadida por Almanzor en la mezquita de Córdoba, es decir, anterior al undécimo siglo: y si no se nos presenta ninguna, fuerza será reconocer en el espresado monumento el modelo ó prototipo mas probable de la arquitectura ojival española.

Compadecido del escaso éxito de Simplón, diole sus consejos: Mira, Juanillo, tu cuento es obscuro y distinguido. Tiene sin duda el mérito de palabrotas terribles. Apenas he comprendido yo el cinco por ciento de las que usas. Pero le faltan ingredientes modernistas, sensaciones modernistas, en lo que diríamos su argumento, si es que lo tiene y puede tenerlo.

Aunque el duque de Osuna esté en Nápoles, vieron anoche en Madrid á su secretario don Francisco de Quevedo y Villegas. ¡Que está don Francisco en Madrid! exclamó el autor de la compañía, ó como diríamos en nuestros tiempos, el representante de la compañía ; ¡bah! eso es mentira. Hubiera venido por aquí y yo le hubiera encargado un entremés.

Fué denunciado á la Inquisición como hereje de los peores, y preso en el castillo de Triana, se le formó proceso, del cual resultó que el tal Jaime no se contentaba con las herejías propias, que ya era bastante, sino que hacía propaganda de ellas, como diríamos hoy, habiendo hecho á muchos partidarios de sus opiniones.

Apoyados con ambas manos en sus largos palos de avellano, inmóviles, las picudas monteras alzando sus puntas negras y siniestras á los resplandores de la hoguera, ofrecían un aspecto pavoroso. Si cupiera el pavor en un corazón magnánimo, diríamos que Quino lo había sentido.

Palabra del Dia

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