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¡Truanes! en la mayoría de los casos le interrumpió Melchor, ¡porque casi siempre revisten de seriedad, fingida, un estado de conciencia que haría poner colorado a un negro! Te confieso que me aturdes cada vez que te oigo hablar así y que todo mi discernimiento se desvanece cuando te veo en tren de escarnecer despiadadamente todo cuanto debe merecernos respeto.

¿Y me prometes ser buena siempre? , le prometía ser buena siempre. ¿Nunca más escaparte? Nunca. Bueno dijo con tono cariñoso y condescendiente; pues si prometes ser buena y formal, y no se lo dices a la señorita, y me das además todo eso que dices, entonces... entonces... ¡arrea, chico! En un instante le alzó la ropa y comenzó a azotarla despiadadamente, riendo como una loca del engaño.

Años antes se había comido los últimos restos de su fortuna. El destino que con grandes fatigas pudo conseguir de González Bravo, se lo quitó despiadadamente la revolución; no gozaba cesantía, no había sabido ahorrar. Quedose el cuitado sin más rentas que el día y la noche, y la compasión de algunos buenos amigos que le sentaban a su mesa.

Desde que supiera el propósito de su hija se mostraba con ella despegado, la trataba con extraordinaria dureza; en todas ocasiones, pero sobre todo a la hora de comer, hacía befa de su devoción y se complacía en atormentarla con burlas sangrientas que le hacían llorar. Y no sólo con palabras, sino también con obras la torturaba despiadadamente.

Y encarándose con el moribundo, agregó: Ha llegado el momento, oh Cervantes, de que nos rindáis cuenta de las burlas e injurias que tan despiadadamente nos habéis inferido, y que he de vengar, ¡vive Dios! por el valor de mi esforzado brazo, en un hecho como no vieran los pasados siglos ni verán los venideros...