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Pero ya que me enseña usted lo que ignoro, contésteme a una duda: ¿por qué tenemos nosotros en nuestras casas tantos papelotes llenos de garabatos, y por qué usamos esos escudos con sapos y culebras? El de mi casa tiene cuatro lagartos y un tablero de ajedrez con dos calderitos muy monos.

Juan Bou decía que los señores de la sociedad rifadora debieron de hallar sapos, culebras y otras alimañas en la gestión del joven Relimpio. Lo cierto fue que un día vinieron mozos de cuerda y se llevaron los libros y todo el material de la oficina.

El señor gobernador comenzó a echar sapos y culebras por la boca, lo mismo que cualquier rufián de callejuelas, y volviendo y revolviendo los papeles, vino a topar con el paquete de las veinticinco cartas. Su gozo fue entonces inmenso: tenía ya asegurada la venganza.

Sin embargo, no llevan la religión hasta acariciar contra sus cuerpos los animales que nacen y se desarrollan al dulce calor del agua termal. Existen bonitas culebras, muy numerosas en algunas fuentes.

Espantado el matador de culebras qué podría ser aquella llave, miróla, sacándomela del todo de la boca, y vio lo que era, porque en las guardas nada de la suya diferenciaba. Fue luego a proballa, y con ella probó el maleficio. Debió de decir el cruel cazador: "El ratón y culebra que me daban guerra y me comían mi hacienda he hallado."