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Actualizado: 13 de septiembre de 2025
¡Admirable!..., ¡admirable! prorrumpió Ricardo, y en el colmo del entusiasmo tomó el ramo, le dio una porción de vueltas y poniéndolo después en el cestillo cogió una mano de la niña y se la llevó a los labios. Marta se puso tan encarnada como el geranio que llevaba en el pelo y la retiró velozmente.
Discurría la gente por las aceras en animado movimiento; brillaban los cristales de los escaparates y los de los balcones; cruzaban los carruajes hacia el paseo estremeciendo el pavimento, y despidiendo de sus ruedas vivos y gratos reflejos; un piano mecánico alzaba sus sones en medio de la calle tocando el brindis de Lucrecia; una vendedora de violetas cruzaba con el cestillo en la mano, dejando tras si el ambiente perfumado; escuchábanse las risas de los niños que jugaban en el balcón de un entresuelo; veíase la linda cabecita rubia de una joven que desde otro balcón mucho más alto exploraba la calle, evitando los rayos del sol con la pantalla de su mano nacarada... Todo era grato y placentero; todo palpitaba, todo cantaba, todo resplandecía.
Llevando el cestillo ante ella con los brazos extendidos, pasó entre los grupos, lentamente, con una majestad hierática, dirigiéndose hacia la caja del club. Permaneció Spadoni junto al príncipe. También sudaba, mientras su rostro tenía la palidez de la emoción. ¡Qué noche, Alteza!... ¡Qué noche!
Palabra del Dia
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