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Actualizado: 16 de junio de 2025
No he podido atraparle... Después, le busqué en la montaña del Príncipe Pío, en unas cuevas que hay debajo de los cuarteles por la parte de la estación del Norte.
Vestía el traje propio de los señores acomodados que viajan en verano, con el redondo sombrerete, que debe a su fealdad el nombre de hongo, gemelos de campo pendientes de una correa, y grueso bastón que, entre paso y paso, le servía para apalear las zarzas cuando extendían sus ramas llenas de afiladas uñas para atraparle la ropa.
Hasta su indiferencia, hasta su espíritu, dormido a toda ambición, podría contribuir al triunfo. Nada suele perjudicar tanto a otras muchachas, en esto de atrapar un buen casamiento, como el afán cándido y mal encubierto de atraparle. Así, pues, doña Beatriz dejaba dormir a su hermana y no procuraba despertar su ambición.
El riesgo de su ventura la tenía muerta de miedo. Pensó que acaso fue más allá de lo prudente. ¿Llegaría él a razonar, sentir y disculpar los móviles que la impulsaron, y, sobre todo, a empaparse bien de que eran desinteresados? Si creía que su objeto era atraparle, como en su soez lenguaje dicen los hombres entre sí, estaba perdida.
Tan pronto aligeraba el aparejo y ponía la proa a través del oleaje que cubría al buque de una espuma blanca que caía en lluvia brillante con todos los matices del arco iris y parecía rodearle de una aureola de púrpura y azul; y allí, pérfidamente, esperaba a sus enemigos, abandonándose a las ondulaciones del agua... Después, cuando se aproximaban, creyendo ya echarle mano, ponía la popa al viento, extendía sus velas como grandes alas de púrpura, y dejaba bien lejos a los bonachones guardacostas que se habían locamente alabado de atraparle.
Palabra del Dia
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