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LEONOR. Partiremos lejos, lejos de Aragón, do felices viviremos, y siempre nos amaremos con acendrada pasión. NU

Mi propósito, al escribir esta obrilla, no es, por lo tanto, discurrir económicamente sobre el dinero: dar lecciones sobre el modo más fácil de adquirirle. ¿Quién sabe, dado que yo averiguase este modo, si, a pesar de mi acendrada filantropía, no me le había de callar, al menos por unos cuantos años, aprovechándome de él para mi uso privado y el de algún que otro amigo muy predilecto?

A pesar de su austeridad, tan probada y acendrada durante veinte años, sintió que en el fondo de su pecho pugnaba por salir y le retozaba la risa al notar tanta juvenil desvergüenza; pero al fin triunfó la condición austera de la egregia dama, y despidió al mancebo, diciéndole: Está bien, niño; pero mejor estaría si tu maestro o tu ayo te hubiera enseñado menos retórica y más comedimiento y circunspección para no faltar al respeto que a una ilustre dama se debe, y que se debe también a su casa y a su servidumbre.

Caben en esta materia reglas de juiciosa cautela, que nacen de la prudencia de la serpiente y no destruyen la candidez de la paloma. No se debe fiar de la virtud del comun de los hombres, puesta á prueba muy dura. La razon es clara, el resistir á tentaciones muy vehementes exige virtud firme y acendrada. Esta se halla en pocos.

Particular mención merece La fianza satisfecha. La fantasía del poeta se desborda también en ella: no escasa parte es tan hueca como arbitraria; pero tales extravagancias son compensadas con tantos rasgos de la más acendrada poesía, que nos obligan á rendir homenaje al genio del poeta hasta en sus extravíos. He aquí un sumario extracto de la acción.

Bien está que su fe acendrada y robusta, su buen sentido natural, lo recto y nunca maleado de su razón la impidan transigir con la impiedad, aunque vaya unida a toda la gallardía de la juventud, a todo el fuego de la pasión y a todo el poder y alteza del ingenio. Pero ¿era preciso para esto hacerla tan impasible, estoica y marmórea, cuando al fin era mujer y enamorada?

Pero lo que una mujer honesta y espiritual como ella, entendía por casar bien a su hija, sería difícil concebirlo, si no se viese todos los días que las experiencias personales más dolorosas, el amor maternal más verdadero, el espíritu más delicado y aun la piedad más acendrada, no bastan para enseñar a una madre la diferencia que existe entre un bello casamiento y uno bueno.