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Por Dios, que entendí que hablaba conmigo, y es sólo contra los poetas hebenes: Cayóme a muy en gracia oírle decir esto, como si él fuera muy albillo o moscatel.

Cayóme en gracia la respuesta del hombre, y eché de ver que estos son de los que dijera algún bellaco que cumplen el precepto de San Pablo de tener mujeres como si no las tuviesen, torciendo la sentencia en malicia. Yo gocé de la ocasión, habléla, y preguntóme que adónde iba y algo de mi vida. Al fin, tras muchas palabras, dejamos concertadas para Toledo las obras.

Dime por entendido y añadí otros cincuenta reales, y en pago me dijo que enderezase el cuello de la capa, y dos remedios para el catarro que tenía de la frialdad del calabozo, y últimamente me dijo, mirándome con grillos: -Ahorre de pesadumbre, que con ocho reales que al alcaide, le aliviará; que esta es gente que no hace virtud si no es por interés. Cayóme en gracia la advertencia.

Cayóme en gracia la respuesta del hombre, y eché de ver que por esto se puede decir tienen mujeres como si no las tuviesen, torciendo la sentencia en malicia. Yo gocé de la ocasión, y preguntóme que á dónde iba, y algo de mi hacienda y vida. Al fin dexamos, tras muchas palabras, para Toledo las obras: íbamos holgando por el camino mucho.

Cayóme a muy en gracia oírle decir esto, como si él fuera muy albillo o moscatel.

Tía Pepa observaba en mi rostro el efecto que me causaba aquella conversación. Angelina me vió, como diciéndome con los ojos: Y ¿qué dices? Cayóme en gracia el viejecito. Fino, afable, cortés, jovial, sin llanezas ni bromas de mal gusto, de fácil palabra y amena conversación, el P. Herrera, a pesar de sus años, parecía un mozo por la frescura de sentimientos.