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Actualizado: 13 de junio de 2025
Algunas veces, de repente, venía a morderle el recuerdo de sus triunfos escénicos, la gloria artística conquistada sobre las tablas, y golpeando el piano con la sublime furia de la cabalgada de las walkirias, lanzaba el ¡hojotoho! de Brunilda, el grito de guerra impetuoso y salvaje de la hija de Wotan; relincho armónico con el cual había puesto en pie a muchos públicos y que en aquella soledad estremecía a Rafael, haciéndole admirar a su amiga como una divinidad extraña; cual una diosa rubia de ojos verdes, acostumbrada a cabalgar sobre los hielos, entre los torbellinos del huracán, y que en el país del sol se resignaba a ser mujer.
En el salón estaba Lucía Moreno, sentada al piano, fastidiada porque no podía sacar una pieza de memoria. Muñoz fue a sentarse a su lado. Empezó a divagar extrañamente, bajo la influencia de su obsesión. Haga música triste, Lucía. Por ejemplo, la marcha fúnebre de Chopin, o de Sigfrido. Las amigas que vengan podrían vestirse de Walkirias. ¡Qué terrible sería Adriana transformada en una Walkiria!
Palabra del Dia
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