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Iba a pasar suntuosa procesión; era el cardenal Bibbiena, que se trasladaba a la iglesia donde debía celebrar. »Véale, véale me dijeron, mostrándome su dedo adornado magníficamente de oro y pedrería. »Fijé mi vista sobre el santo ministro que echaba su bendición al pueblo arrodillado ante él. »¡Teobaldo! exclamé.

¿Qué tiene usted que pedirle a ese birlocho y a esa jaca sobre todo? me dijo echándome a la cara una interjección expresiva y una bocanada de humo de un maldito cigarro de dos cuartos. Después de semejante entrada nada quedaba que hablar. Veale usted despacio le contesté, sin embargo. Pues no hay otro siguió diciendo; y volviéndome la espalda: ¡A París por gangas! añadió.

Señorita, he aquí un marido que le conviene a usted zumbaba a mi oído no qué voz discordante del dominio de la pesadilla. Véale usted... Examínele... este hombre es perfecto...

También Blanca y el viejo Lope de Urrea acuden presurosos á la cárcel; sordos gemidos y lamentos salen de ésta; las puertas se abren, y se ve á Don Lope estrangulado, y teniendo en sus manos un papel con la sentencia siguiente: Quien al que tuvo por padre Ofende, agravia é injuria, Muera, y véale morir Quien un limpio honor deslustra, Para que llore su muerte También quien de engaños usa, Juntando de tres delitos Las tres justicias en una.