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Actualizado: 8 de julio de 2025


Tiburcio, que era muy alegre y decidor, divertía y regocijaba a las damas y tenía con ellas mucho partido. No alcanzaba tanto favor con los hombres. Tal vez le envidiaban muchos. Tal vez se dolían otros de la insolente suerte con que les ganaba el dinero cuando jugaban a los dados.

¡Ay, cómo adoraba á aquel bergante, sólo porque era joven y guapo! ¡Con qué insolencia había proclamado su pasión!... El millonario revolvíase con furia al recordar la escena. Veía los ojos de ella, de una provocación insolente, unos ojos de loba en celo y aún creía oír sus desgarradoras palabras, en la jerga internacional que tanto le regocijaba en los primeros tiempos de su amor.

Así que, los más días, sus padres del caballerito, viendo cuánto le regocijaba mi compañía, rogaban a los míos que me dejasen con él a comer, cenar y aun dormir los más días.

Los dos hermanos no tenían ocasiones de hablar mucho, porque el primogénito, después de almorzar, se marchaba a uno de los cafés de la Puerta del Sol y allí se estaba las horas muertas. Por la noche o venía muy tarde o no venía. La idea de que su hermano andaba de picos pardos regocijaba a Maxi porque «ahora se verá decía , quién es más juicioso, quién cumple mejor las leyes de la moral.

Así que los más días, sus padres del caballerito, viendo cuánto le regocijaba mi compañía, rogaban a los míos que me dejasen con él a comer y cenar y aun a dormir los más días.

De seguro que el Vara de plata se regocijaba también, viendo en esto un pequeño triunfo de la religión, que obligaba a sus enemigos a llevarla en hombros. Pero él lo consideraba de distinto modo: dentro del carro eucarístico representaría la duda y la negación ocultas en el interior de un culto esplendoroso por su pompa exterior, pero vacío de fe y de ideales. Quedamos de acuerdo, don Antolín.

Palabra del Dia

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