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Actualizado: 1 de julio de 2025


Más de uno comía del mendrugo que hurtaba su paje, y suspiraba con digna tristeza, bajo la capa, al aspirar, de paso, el sabroso calor de las pastelerías. El estudiante imitó, para vivir, los ardides perrunos. Sus piernas de lebrel eran el terror del comercio. Fue entonces el glorioso tiempo de la olla común. Los conventos se hincharon de monjes; sus porterías, de sopistas.

Jamás notó Lázaro cosa que disonara en el tranquilo concierto de aquella existencia casi monacal, donde todo estaba dispuesto y regulado de antemano, como en ceremonia palaciega; pero semejante al sordo ruido de vientos lejanos, creyó escuchar algunos días el rumor de murmuraciones engendradas en las porterías, robustecidas en las antecámaras y detenidas por el miedo ante las puertas del despacho donde trabajaba el bueno del obispo.

Como doña Manuela era la vecina más encopetada y su casa la mejor de la plazuela, los pedigüeños pusiéronse bajo su protección, y elogiaron rastreramente su riqueza, la belleza de las niñas y hasta la suya propia: todo para sacarla cinco duros. La proyectada hoguera entusiasmaba a los vecinos, siendo el eterno tema de conversación en las porterías y establecimientos de la plazuela.

Y en ello anduvo hasta cerca de la una de la madrugada, preguntando en las porterías de los hoteles, haciendo levantarse á gentes que ya estaban en la cama, subiendo á los salones del Sporting-Club, hasta que un amigo americano le dió una carta para cierto compatriota maniático y sombrío que habitaba una «villa», aislada, del Cap-Ferrat.

Palabra del Dia

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