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Pero Tristán dejó escapar un bufido despreciativo y acto continuo se puso a disertar sobre la decadencia del arte dramático: los autores unos ganapanes que miraban sólo a las ganancias repitiendo hasta la saciedad los mismos chistes y las mismas situaciones, los músicos unos plagiarios que sin pudor fusilaban a los maestros franceses y alemanes, los cómicos unos payasos amanerados insufribles...

Hay cierta crítica menuda que hace mucha gracia al público envidioso, que es muy fácil de ejercer, y por cuya virtud, ó mejor diré, por cuyo vicio, puede probarse, al menos en apariencia, que Garcilaso y Fray Luis de León fueron unos plagiarios y además unos ignorantes, que no sabían sintáxis, ni prosodia, ni nada, y que tenían orejas de asno, como el rey Midas.

A casi todos los profesores de filosofía de las Universidades de Alemania los pone él como chupa de dómine, tratándolos de envidiosos, de plagiarios, de necios y de tan interesados que encubren la verdad y enseñan la mentira por miedo de perder la posición y el salario que reciben.

La mayor parte de los que profesan la filosofía de la historia, ¿hacen mas que recitar trozos de las obras de Guizot, ó de otros escritores muy contados? Los que se complacen en declamaciones sobre elevados principios de legislacion, ¿no son con frecuencia plagiarios de Becaria y Filangieri? Los utilitarios ¿nos dicen por ventura otra cosa que lo que acaban de leer en Bentham?

Agotados y manoseados ya todos los asuntos épicos, líricos y dramáticos, probados todos los sentimientos, y empleados para expresarlos los más naturales, sencillos y propios primores de estilo, los prosistas y los poetas tendrán que repetir lo que ya se ha dicho, y ser plagiarios o imitadores, exponiéndose por el prurito de ser originales, a caer en las mayores extravagancias y ridiculeces: a ser decadentes, delicuescentes, impresionistas, simbolistas y naturalistas.