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Actualizado: 30 de abril de 2025


Piscis, siempre terrible, agarró un guijarro de la calle, esperó a que su amigo doblase la esquina, y ¡zas! lo encajó dentro del Camarote, haciendo polvo los cristales. Luego se dió a correr. Para que no le conociesen los que salieran en su persecución, se dejó caer sobre las manos, corriendo en cuatro pies con habilidad pasmosa. En el café de la Marina había también alguna gente.

Después que el ama de la casa le cosió provisionalmente la camisa, y se cubrió con el gabán del médico, mientras Piscis iba a buscar los caballos, salió por los prados de atrae para no ser visto, tanto por la vergüenza que le daba ir vestido con aquel espantoso sayo, como porque creyó escuchar a Valentina, mientras iba con las ansias de la muerte, ciertas palabras pesadas.

Una seda replicó su amigo con acento de inquebrantable convicción. Otro rato de silencio. ¿Crees que debemos darle más picadero? El picadero no sobra a ningún animal gruñó Piscis con el mismo convencimiento. Conviene trabajarla en el trote. Conviene mucho.

Pablito, que no la había tropezado todavía en la calle, se animó con los consejos de Piscis a ir a San Antonio. Montaron, pues, a caballo temprano, y se lanzaron por la anchurosa y empolvada carretera de Lancia sombreada un buen trecho a la salida de la villa, por grandes olmos. La vía era ascendente, aunque sin gran declive.

Pablito hallaba tan feo el ser asesinado por un des-conocido, que no quiso detenerse un minuto más en la romería. En cuanto salió a la carretera, donde le esperaba Piscis, montó a caballo, y se trasladó en un credo a la villa. El sol se estaba poniendo.

Palabra del Dia

commiserit

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