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Buscaba un Pilades; toda amante le parecía una Safo, y estaba seguro de encontrar una Lucrecia el día que la necesitase. Desengañarle era una crueldad. ¿Por qué no había de ser feliz mi primo unos días como lo hemos sido todos? Pero además hubiera sido imposible. Limiteme, pues, a tomar sobre el cuidado de introducirlo en el mundo, dejando a los demás el desengañarle de él.

Unos pobrecitos animales con la cresta despedazada, y encima, sujeto con trapos un muñón de carne cruda, sanguinolenta ¡qué asco! Aquel Herodes era el Pílades de su marido. Y hacía tres años que ella vivía entre aquel par de sonámbulos, sin más relaciones íntimas.

Eran, digámoslo así, Damón y Pithias tonsurados, Orestes y Pílades con cerquillo. No pasaron ciertamente por frailes de gran ciencia, ni lucieron sermones gerundianos, ni alcanzaron sindicato, procuración o pingüe capellanía, y ni siquiera dieron que hablar a la murmuración con un escándalo callejero o una querella capitular.

Así, cuando Orestes llegó a la casa de su antiguo Pílades, llevaba su alma en tal estado que sin abusar de la metáfora puede decirse que rugía en ella una tempestad furiosa. Sacudió violentamente el cordón de la campanilla, sin fijarse en el hecho de que la pata de liebre de la calle de San Nicolás se había trocado en pata de ganso.

Digo que dicen que dejó el autor escrito que los había comparado en la amistad a la que tuvieron Niso y Euríalo, y Pílades y Orestes; y si esto es así, se podía echar de ver, para universal admiración, cuán firme debió ser la amistad destos dos pacíficos animales, y para confusión de los hombres, que tan mal saben guardarse amistad los unos a los otros.

Y pensó que dentro de tres horas, antes de amanecer, saldría con gran sigilo por la puerta del parque la huerta de los Ozores . Entonces que haría frío, sobre todo, cuando llegaran al Montico, él y su querido Frígilis, su Pílades cinegético, como le llamaba. Iban de caza; una caza prohibida, a tales horas, por la Regenta. Anita no dejó a Víctor tan pronto como él quisiera.