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Actualizado: 28 de junio de 2025


El primero que llegó á la altura se encontró con un viejo moribundo, tendido sobre la roca; metióle la bayoneta en el cuerpo, pero el viejo no pestañeó: tenía la mirada fija en el Carolino, una mirada indefinible y con la huesuda mano le señalaba algo detrás de las rocas.

Jacobo le miraba de frente, pero Sorege no pestañeó. ¿Estás loco? ¿Quién? ¿Esa americana? ¡Lea Peralli! Bien sabes que está muerta. Te engaña una semejanza que á mi también me sorprendió. ¡Oh! que existe un parecido increíble!... Tragomer le interrumpió poniéndole la mano en el brazo, y le dijo con tristeza viéndole perdido: No mienta usted, Sorege.

Si no quedó tuerto Gillespie, fué porque los dos poetas, al retroceder para que su golpe fuese más terrible, desviaron un poco la lanza, rasgándole únicamente uno de los párpados. El Hombre-Montaña echó atrás la cabeza, separando los ojos de las ventanas con un pestañeo doloroso, pero inmediatamente puso su boca en una de ellas.

¡Vaya! dijo; que el secretario ponga un volante al teniente de la Guardia Civil, ¡para que le suelten! ¡No dirán que no somos clementes ni misericordiosos! Y miró á Ben Zayb. El periodista pestañeó. De mala gana y con los ojos casi llorosos iba Plácido Penitente por la Escolta para dirigirse á la Universidad de Santo Tomás.

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