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Actualizado: 31 de mayo de 2025
La madre aceptaba como buenas todas sus explicaciones al volver a Mallorca. Ella misma le consolaba, aconsejándole que no extremase sus estudios, y se revolvía contra la injusticia de los tiempos presentes. Su implacable enemiga «la Papisa Juana» estaba en lo cierto.
Esto puso fin a la tranquilidad de «la Papisa», y la hizo erguirse con altivez. Las lecturas románticas de la juventud acudieron a su memoria. Habló como una reina ultrajada al final de un capítulo de novela histórica. Caballero, soy Genovart por mi padre. Mi madre era Febrer, pero tanto valen los unos como los otros.
El general Ortega era un iluso, al que recibía doña Juana con novelesco misterio, vestida de blanco en un salón casi a obscuras, hablándole con voz dulce de ultratumba, como si fuese el ángel del pasado, de la necesidad de volver España a sus antiguas costumbres, barriendo a los liberales y restableciendo el gobierno de los caballeros. «¡Por Dios y por el Rey!...» Ortega fue fusilado en la costa de Cataluña al fracasar su desembarco carlista, y «la Papisa» se quedó en Mallorca, pronta a dar su dinero para nuevas empresas santas.
Palabra del Dia
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