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Actualizado: 25 de junio de 2025
Jamás se diera el caso de que Firmo de Rivota, ni Toribión de Lorío, ni Nolo de la Braña ni Celso de Canzana, ninguno, en fin, de los héroes gloriosos que brillaban en los combates provocase la pelea. Esta odiosa misión parecía encomendada á algún chicuelo insolente, á algún despreciable zagal que después de prender fuego á la mecha solía desaparecer como si le hubiese tragado la tierra.
Delante de su palo asolador caían los mozos de Rivota y Lorío. Pero arrastrado de su ardimiento había ido demasiado lejos. Cuando menos lo pensaba se encontró solo. Entonces, al echar una mirada en torno y verse rodeado enteramente de enemigos, flaqueó su corazón y olvidó su fuerza indomable. Tres veces gritó con voz penetrante demandando socorro á sus amigos.
Allí lucía de nuevo su primor y gentileza Quino, el más prudente y astuto de los hijos de Laviana. Su pareja ya no era Telva, como la noche anterior, sino Eladia. Con este arte maligno de tira y afloja tenía á las dos zagalas rendidas, deshechas de amor. Pero en aquel instante más que de su pareja se cuidaba de mirar con recelo la actitud de los de Lorío.
Pasados algunos días, el suceso trascendió á todo el concejo y llegó á oídos de Flora que habitaba con sus abuelos un molino apartado un tiro de carabina del pueblo de Lorío. Y así como lo supo quiso hacer una visita á su amiga D.ª Robustiana y enterarse de si era tan grave la enfermedad como la pintaban.
El poderoso mozo de Lorío rompe las filas de los suyos y aproximándose á Celso, antes que éste hubiera tenido tiempo á levantar su palo, le sacudió con ambas manos un garrotazo en medio de la cabeza que le hizo venir al suelo sin conocimiento. Cuando el ingenioso Quino pudo verle así extendido por tierra, un violento dolor oscureció sus ojos.
Palabra del Dia
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