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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Esto quiere decir, señor Sarrió, que debemos esforzarnos para que nuestras palabras acedas, nuestras intenciones aviesas se tornen propósitos de concordia y de paz que unan a todos los hombres en cánticos de alabanza al Señor, que los ha creado; del mismo modo que estos limoncillos que eran antes agrios son ahora dulces y nos mueven en elogios hacia esas monjas que los han adobado con sus manos piadosas.

Sobre la mesa aparecían las doradas naranjas de terso cutis, el panquemado de Alberique, con miga porosa, la corteza obscura y barnizada y el vértice nevado, y las bandejas de dulce seco, confitería indígena, sólida y empalagosa: peras verdosas con la dureza del azúcar petrificado, limoncillos de las monjas de Sagunto, trozos de melón, yemas envueltas en rizados moñetes de papel, todo destilando azúcar y atrayendo a los insectos que revoloteaban en torno de la luz.

Sarrió prefiere los dulces; entre ellos hay unos riquísimos limoncillos en almíbar. Sarrió se sirve de este dulce; luego se cree en el deber de elogiarlo; luego juzga preciso comprobar si su elogio se ajusta en todas sus partes a la realidad, y torna a servirse. El obispo le dice: Estos limoncillos son exquisitos; me los mandan de Segorbe unas buenas religiosas que son peritísimas en confitarlos.

Palabra del Dia

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