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Pasaban de trescientos los juramentados para salir aquella noche, mas sólo acudió aquel puñado de valientes, y don César, dando prueba de lo que era, esto es, de caballero firme y bizarro, no tuvo inconveniente en acaudillarlos, esperando arrastrar con su ejemplo a los tímidos.

Extremadamente supersticiosos, creen que el uso de ciertos talismanes los hace invulnerables en las batallas, y de aquí proviene la ceguedad conocida en los juramentados; también es general la creencia de que puede hacerse invisible el que en determinada época logra ver el cambio de piel en una culebra, y tienen por augurio mortal para sus Dattos la presencia de las nieblas que alcanzan á cubrir ciertas alturas que consideran sagradas.

Debéis saber que cuando dos tribus están en guerra, los más valientes juran matar a los jefes enemigos, y procuran hacérselo saber. Los jefes, advertidos, hacen cuanto pueden por apoderarse de esos juramentados, y los hacen perecer quemados entre espinos resinosos. Es una antigua costumbre de estos pueblos. Y este papú es hijo de un jefe, por lo que he podido entender.

Tienen una habilidad especial para arrojar las flechas y la lanza desde la altura de sus parapetos, atravesando distancias grandes con certera puntería. Los llamados Juramentados son entre ellos los más temibles; estos fanáticos hacen voto de morir matando, creyendo así conseguir irremisiblemente el Paraíso.