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Actualizado: 31 de mayo de 2025
En el centro de uno de los claustros cantaba un chorro de agua, cayendo en profundo tazón. Era una fuente con pretensiones de monumento; una montaña de estalactitas con una cueva a guisa de hornacina, y en ella la Virgen de Lourdes, de mármol blanco; una estatua mediocre, con el relamido exterior de la imaginería francesa, que el dueño del hotel apreciaba como un prodigio artístico.
La nave de la iglesia y sus altares están hoy completamente desnudos de todo cuadro, de toda imagen, de toda señal de culto. Los únicos accidentes que interrumpen la escueta monotonía de aquellos blanqueados muros, son las Armas Imperiales que campean allá arriba, en el centro del embovedado, y un negro ataúd depositado á gran altura, en un nicho ú hornacina de la pared de la derecha.
El zaguán, pintado de azul, era obscuro, con las paredes desconchadas y salitrosas; la escalera, de castaño, torcida y apolillada; en el rellano principal, dentro de una hornacina, brillaba una virgen pintada en tabla, dorada y estofada. La casa de mi abuela tenía muchos cuartos con puertas de cuarterones, que nunca se abrían.
En una de sus esquinas tenía el escudo y en el centro sobre la puerta de entrada una hornacina donde en otro tiempo, según los viejos, había estado un guerrero de piedra. D. César lo había sustituído por otra estatua de piedra también que le había regalado su amigo el canónigo de Oviedo.
Palabra del Dia
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