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Al día siguiente estaba en Glion, y dos después, la vizcondesa, cuyo marido hallábase restablecido, llegó a París trasladándose en seguida a Bellevue. Al verla entrar en su salón, la mujer del pintor lanzó un débil grito: «Elisa», y juntó sus manos dirigiéndole una mirada suplicante. La señora de Aymaret le abrió los brazos, arrojándose en ellos Beatriz con sollozos desgarradores.
Cierta mañana Pedro recibe de su amante este billete: «Te conjuro a partir para Glion. La señora de Aymaret está allí todavía. Confíaselo todo. Dile que me otorgue su perdón, que el dolor me vuelve loca, que la espero.» Algunas horas después el marqués partía para Suiza.
Una circunstancia imprevista vino a poner fin a las indecisiones de la señora de Aymaret; su marido el vizconde, debilitado por todo linaje de excesos, había caído de algún tiempo atrás en un estado de anemia alarmante, y los médicos le prescribían una prolongada residencia en Glion, a orillas del lago de Ginebra; naturalmente, su mujer se prestaba a acompañarle, era necesario, pues, tentar un último esfuerzo.
Palabra del Dia
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