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Actualizado: 29 de mayo de 2025
No supe qué palabras emitir. ¡Ese joven caballerizo, ese bribón, hijo del respetable y anciano marino que pasaba las tardes de sus plácidos días sentado a la puerta de su casa de las Encrucijadas, era, en efecto, el esposo de la hija del millonario!
-Digo, pues, señor -respondió Sancho-, que, de algunos días a esta parte, he considerado cuán poco se gana y granjea de andar buscando estas aventuras que vuestra merced busca por estos desiertos y encrucijadas de caminos, donde, ya que se venzan y acaben las más eligrosas, no hay quien las vea ni sepa; y así, se han de quedar en perpetuo silencio, y en perjuicio de la intención de vuestra merced y de lo que ellas merecen.
Llegamos por fin a fuerza de apisonar con los pies calles y encrucijadas, a una casa y a un cuarto 4.º, que alguno hubiera llamado guardilla a haber vivido en él un poeta. No podré explicar cuán mal se avenían a estar juntas unas con otras, y en aquel tan incongruente desván, las diversas prendas que de tan varias partes allí se habían venido a reunir. ¡Oh, si hablaran todos aquellos cautivos!
Al andar rayando con la media tarea, el tañido de una campana, desigual e intermitente, ora remoto, ora cercano; como débil quejido de agonía, unas veces; vibrante y clamoroso otras, según los caprichos del viento encajonado y revuelto en las estrecheces y encrucijadas del valle. Era el primer toque «a administrar», la señal que se hacía en la iglesia al vecindario para los fines que sabía él.
Palabra del Dia
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