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Convirtieron además en repisas ó enormes mascarones los pedestales, para sostener encima una fábrica pesada é informe; y cuando bien les pareció, no dudaron en colocar dos ó mas, unos sobre otros, hacer nichos de sus dados, y hacinar así los miembros arquitectónicos, sembrando el todo de hornacinas caprichosas, de figuras grandes y pequeñas, como si jugaran al escondite entre las columnas; mientras que la máquina entera aparecia cubierta de tarjetones, pellejos, lazos, manojos de flores, conchas, querubines, sartas de corales, y otros diges y baratijas revesadamente combinados .» Este pésimo estilo, tan arraigado en España mientras la Francia, por el benéfico influjo de Luis XIV, veía erigir en su suelo monumentos de carácter tan varonil, grandioso y severo como la columnata del Louvre, el palacio de Versalles, el Observatorio y el Hospital de Inválidos de París, se conservó hasta muy entrado el reinado de Felipe V; y solo en la tercera década del siglo décimoctavo consiguió el ilustrado vástago de la casa de Borbon empezar á introducir un nuevo órden de ideas en el arte, reduciendo á su cauce natural el desbordado y desperdiciado genio de los arquitectos españoles.
Nos explicamos, con más ó menos dificultad, que nos ponga la ley con sus figurines, con sus modas, con sus jabones, sus pomadas, sus esencias y sus juguetes: nos explicamos sin violencia que nos ponga la ley con sus graciosísimos diges, con sus elegantísimas bicocas, con sus poéticos relumbrones, con sus cultísimas frivolidades: nos explicamos, gimiendo ó no gimiendo, que nos domine con sus tejidos, con sus ácidos, con sus instrumentos, con sus libros, con sus novelas, con sus dramas, hasta con su idioma: todo eso podemos explicarlo; pero no nos podemos explicar que deba ser nuestra dictadora en punto á costumbres.
Palabra del Dia
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