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que hacía mal, pues no debo odiar ni despreciar a nadie... Pero sufría mucho para ser buena. Luciana volvió a darme las gracias y a besarme, pero sus caricias me eran odiosas. ¡Oh! señor cura, regáñeme usted, si quiere; muéstreme mi deber; pero, sobre todo, consuéleme. Usted, que sabe el bien y el mal de mi vida y de mi alma, deme valor y un poco de su piedad. Máximo a su hermano.

- -respondió Sancho-, y de una ínsula llamada la Barataria. Diez días la goberné a pedir de boca; en ellos perdí el sosiego, y aprendí a despreciar todos los gobiernos del mundo; salí huyendo della, caí en una cueva, donde me tuve por muerto, de la cual salí vivo por milagro. Contó don Quijote por menudo todo el suceso del gobierno de Sancho, con que dio gran gusto a los oyentes.

Recordaba lo que le sucediera a Santa Teresa, y se propuso con el ejemplo no despreciar por ridículas ciertas menudencias, señales de una conciencia siempre alerta, ni considerar como deslumbramientos y trampantojos los que muy bien podrían ser favores reales del Cielo. Lo que más le impresionó en la piedad de su nueva penitenta fue el afán de mortificarse.

Alabado sea Dios, que lo dispuso. Alabado sea Dios, que ha castigado después tan justamente mi culpa; pero, se lo confieso á V., el castigo que más me ha dolido siempre, el que más me duele todavía, es el tener que despreciar al hombre que he amado. Ya lo sabe V. Usted me halla insufrible: yo le hallo á V. despreciable. Váyase de aquí.