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Actualizado: 7 de octubre de 2025


La sacaba con arte exquisito del seno de Doña Paca, o del bolso mugriento de Benina. Arramblaba por todo, fuera poco, fuera mucho. Las dos mujeres no sabían qué escondrijos inventar, ni en qué profundidades de la cocina o de la despensa esconder sus mezquinos tesoros.

Disertaba sabiamente con las matronas, sus compañeras, acerca de la instalación de la despensa, del servicio doméstico que todas consideraban en espantosa decadencia, del precio de la carne. Tan vieja se había hecho en este cuarto de hora, que sorprendía no ver ya alguna hebra de plata entre sus cabellos de oro.

Esteven era de los lacayos del poder más en privanza: si tenía las llaves de la despensa, ¿a qué había de apretarse la barriga? ¿cómo había de dejar en seco a sus fieles colaboradores?

Nunca abandona las llaves de la despensa, de las alacenas, arcas y armarios.

¿Qué tal mi chimenea? no hace humo, como las de los ricos... Pero, explícame, ¿cómo te encuentras por estos andurriales? ahora, cuando te vi, se me figuró que serías alguno de esos pilluelos, que vienen a robar en mi despensa: por eso me eché encima de ti, sin prevenirte... Ni soñaba, hijo, que pudieras ser , ¡ajo! ¡miren al Varguitas, el rey de los cajetillas, en casa del tío Agapo!

Ahora, al verle de cerca después de algunos años, le encontraba repentinamente simpático, con cierto aire de pensador, de economista sublime, de esos que poseen las llaves de la despensa nacional. No había que exagerar; por algo se sube, y cuando aquel tío llegaba tan alto, era porque algo llevaba dentro.

Palabra del Dia

mármor

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