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Actualizado: 4 de septiembre de 2025
Más lejos un mozo aldeano deja pacer la yunta de sus vacas, y a lo largo de los caminos, que se pierden entre verdes y sonoros maizales, trotan cabalgadas de chalanes que van de feria, y cruzan graves y procesionales, viejos vestidos de estameña, con sus grandes bueyes de cobre luciente, hermosos como ídolos, con verdes ramos de roble en las testas. ¿Dónde se habrá metido el clérigo?
El segundón lanza su grito en medio del campo, como un gigante antiguo, desnudo y vencedor. A sus pies, con la cabeza abierta, muerden la yerba Sebastián de Xogas y Pedro Abuin. Los otros segundones casi sucumben bajo la acometida de todos los chalanes unidos. ¡Siete contra tres!... ¡Miserables! ¡Como si fuesen setenta! ¡Yo para uno solo! El mozo, siempre blandiendo su pica, va sobre Don Mauro.
En Cádiz, en el Puerto, en Sevilla y en otros lugares andaluces, había pasado su primera mocedad, tratándose con majos, contrabandistas, chalanes y otra gente menuda, sin picar al principio muy alto y sin elevarse sino muy rara vez hasta los señoritos. Así es, que en dicha primera mocedad, había sido algo descuidadilla.
Palabra del Dia
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