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Actualizado: 8 de octubre de 2025
En su proa y en su popa tenía sendas bombardas, y tres falconetes en cada costado. Estrecho era el barco de babor a estribor, y la longitud de su eslora hacía que hendiese rápidamente las olas a impulso de los treinta remos que llevaba en cada banda. Lorenzo Fréitas no dudó ni un instante de que aquella nave era de corsarios argelinos.
Se representaron varias historias del antiguo y del nuevo Testamento, la pasión de Jesucristo y otras muchas, el Paraíso y el Infierno, todo dispuesto con admirable artificio, con innumerables máquinas de papel construídas con tanto arte, que se engañaban los espectadores, y las tomaban por verdaderas bombardas. El Paraíso y los ángeles, que en él había, peleaban contra el Infierno.
Casi a la mitad del camino tenían estos una fortaleza, donde había bastantes arcabuceros y algunas bombardas, cuyos disparos impidieron a las fustas seguir adelante y mataron a cuatro de los hombres que las tripulaban. Ansioso Jorge Brito de tomar venganza desembarcó con sus trescientos soldados, entre los cuales había no pocos ilustres y valerosos caballeros de la corte del rey don Manuel.
En esta fortaleza se encerraba en otros tiempos la corta guarnición española para apuntar sus bombardas y culebrinas contra el pueblo napolitano cuando no quería pagar más gabelas é impuestos. Sus muros se habían levantado sobre las ruinas de otro castillo en el que Federico II guardaba sus tesoros, y cuya capilla había pintado Giotto.
Palabra del Dia
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