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Por fin llegaron, y los dos subieron. La criada les abrió. «Ahora dijo el simpático coronel retirado , a acostarse. ¿Quiere usted que le traiga un médico?». Sin contestar, metiose ella en su alcoba. Feijoo la siguió, afligidísimo de verla en tan lastimoso estado. Después, él y la criada, cuchichearon.

En comprobación de esto se cuenta de cierto novio antequerano, que al fin tuvo que casarse a los ocho años de ser novio; y que, no bien se casó, se mostraba afligidísimo por no saber qué hacer de su tiempo.

Se fue trinando, y al poco rato recibió Rosalía el papel que esperaba con tanta ansia. «Abulta poco pensó, con el alma en un hilo, metiéndose en el Camón para abrir el sobre a solas, pues andaba por allí Cándida con cada ojo como una saeta . Abulta poco repitió sacando del sobre un papel ; aquí no viene nada». Y en efecto, no era más que una carta, escrita con la limpia y correcta letra del director de Hacienda. La cólera que invadió el alma de la Pipaón al ver que la carta no traía consigo compañía de otros papeles, le impedía leer. En su mano temblaba el pliego, escrito por tres carillas. Leía a saltos, buscando las cláusulas terminantes y positivas. En pocos segundos recorrió la dichosa epístola... Cada frase de ella le desgarraba las entrañas como si las palabras fueran garfios... «Estaba afligidísimo, desolado, por no poder complacerla aquel día...». «

Afligidísimo por esta causa, se salió del Rancho del enfermo y postrado en tierra, con lágrimas y súplicas muy afectuosas, empezó á pedir á Dios que por su piedad y por los merecimientos de su Hijo Santísimo, le concediese la gracia de darle á aquella alma, comprada con el precio de su sangre, el uso de la razón.