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Actualizado: 4 de julio de 2025


Como los creyentes en la fatalidad de la suerte del viernes o del trece, los creyentes en las supersticiones católicas están aclimatados desde la infancia a la fe en los fetiches y a su régimen de terrores y esperanzas ilusorias, y perfectamente avenidos a las infelicidades y explotaciones conexas, por su profunda convicción de hacerse infinitamente más infelices si las dejasen; aclimatados a la perspectiva del fuego eterno, como a los fríos glaciales el groenlandés que sufre en las regiones templadas la nostalgia de sus nieves perpetuas.

Testigos presenciales de las vicisitudes y los incidentes de la penosa campaña que acaban de librar nuestras tropas en Oriente, hemos tenido oportunidad de admirar en muchas ocasiones la increible resistencia de los soberbios corceles del Tercio Táctico, de la Guardia Rural, que una vez aclimatados resisten admirablemente la temperatura tropical y son capaces de realizar jornadas increibles, lo mismo por la sierra que por el llano, sin experimentar el más leve quebranto.

Y los creyentes de todos los credos, desde los últimos negros de África hasta los más encumbrados príncipes cristianos, desde los fanáticos que se hacen aplastar por las ruedas del Jagernaut hasta los bonzos, los derviches, los lamas y los frailes que se aburren, se maltratan y se envician en los conventos con sus tristezas confesionales, porque cada uno entiende que no tenerlas sería mil veces peor, puesto que sería la perdición entera; todos están aclimatados a la religión de su comunidad como al clima de su país, y aun orgullosos de su respectivo lote de mogigangas y tonterías, porque en ningún momento han estado en capacidad ni en imparcialidad para juzgarlas, porque no hay comparación posible entre lo que se siente y lo que no se siente, entre lo que se cree y lo que no se cree; porque no hay posibilidad de juicio para el entendimiento adulto entre lo que es precierto y lo que es prefalso, desde la infancia.

Descartado el desinterés por la seguridad o la esperanza de una recompensa a la virtud, la salvación del mal y de la muerte por medio de ceremonias, ritos y palabras mágicas, el mayor de los prodigios no era viable entonces, como no lo es hoy, en los espíritus instruidos o adiestrados al razonamiento, y era más viable entonces que hoy en los espíritus ingenuos, aclimatados a la causalidad misteriosa corriente.

Palabra del Dia

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