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Actualizado: 1 de octubre de 2025
Enjutos hidalgos de color enfermizo pasaban silenciosos las horas muertas encendiendo unos manojos de hierbajos, a modo de trozos de cuerda, llamados «tobaco», y arrojando humo por su boca como demonios que ardiesen interiormente. Las abuelas de Jaime habían conservado de generación en generación un grueso diamante sin tallar, recuerdo del heroico capitán por el generoso hospedaje de los Febrer.
Es el único recurso que encuentra para desahogar su imaginación. Además, hay que tener en cuenta sus aficiones al lujo, que no están casi nunca de acuerdo con sus recursos, y todas las necesidades de la mujer actual que no conocieron sus abuelas... Mira; fíjate.
Un escritorio pompadour, algunas sillas regencia, varios retratos al pastel; en el techo, pintados al óleo, algunos amorcillos nadando en una atmósfera, azul en otro tiempo. ¿Es el cuarto de su mamá? preguntó Amalia. No replicó el conde riendo, mamá dormía en otro lado. Se llama así desde tiempo inmemorial. Quizá alguna de mis abuelas lo había elegido para sí.
Palabra del Dia
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