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A los pocos días madama Zarathustra exclamó ingenuamente: ¡En Madrid se come muy mal! Verdaderamente es asombrosa la resistencia de los estómagos literarios. Cada joven poeta del arroyo es un caso de supervivencia milagrosa, «a pesar» de los restaurantes donde ha yantado. Para entretenimiento del lector bien alimentado recordaré alguna de estas yácijas de la necesidad.
NUESTRO amigo Zarathustra, en una de sus andanzas, se casó con una joven inglesa, hija de un español que tenía una librería de viejo en un barrio apartado de Londres. Zarathustra es literato y, en consecuencia, no tiene dinero. Trajo a su mujer a Madrid, la llevó a comer a los figones de los poetas bohemios y durmieron en las clásicas posadas de la Cava Baja.
Haremos notar que nunca se debe decir la última miseria; es una imprudencia que puede molestar a la Desgracia, y entonces nos apretará más el resuello. Siempre hay mayores extremos de dolor, y callar es bueno. Estos provincianos adquieren de la corte la misma opinión de madama Zarathustra: ¡En Madrid se come muy mal! Se come mal y se duerme mal... y caro.
Palabra del Dia
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