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La mujer que salvó á los parisienses de Atila y Meroveo con su palabra y con su fe; la que los salvó de los normandos con su ataud; aquella mujer que salvó á un pueblo con un puñado de cenizas, cuyo polvo fué más poderoso y más valiente que la pica de los guerreros, era una muchacha llamada Genoveva; la misma muchacha que rompió á llorar, oyendo la voz de San German de Augerre; la misma á quien dió el santo la medalla de cobre con la efigie del Salvador; una muchacha á quien Nauterre llama hija, á quien la Iglesia llama santa, á quien Paris llama Patrona, á quien yo llamo un nobilísimo carácter histórico.

El célebre Pelagio difunde por toda Inglaterra su herejía, la cual amenaza turbar las verdades fundamentales de la Iglesia católica. San German de Augerre y San Loujo de Troyes parten en el acto para la Gran Bretaña, con el pensamiento de combatir el famoso cisma, pasando por Nauterre, pequeña ciudad que se halla á pocas leguas de Paris.

A la llegada de los dos santos, toda la ciudad se reunió en la plaza, como para oir y admirar la palabra de aquellos virtuosos varones. San German habla á la multitud, y en medio del profundo silencio y de la profunda veneracion con que le escuchaban, se oyen sollozos. San German calla, las gentes se miran, se interrogan, buscan.... La que lloraba era una muchacha de Nauterre.