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Dice Tomás Campanella, en su libro De monarchia hispanica, que en los siglos bárbaros prevalecieron los pueblos rudos del Norte y tuvieron el imperio; pero que cuando llegaron á valer más la astucia y la maña que la fuerza, inventadas la imprenta y la artillería, rerum summa rediit ad hispanos, por ser hombres más listos, ingeniosos y astutos.

Compongámosle, pues, de un Gran Metafísico, como en la Ciudad del Sol de Campanella, el cual convendría que fuese un rey hereditario, separado secularmente del vulgo, para que tuviese majestad y careciese de una larga parentela ordinaria ó cursi, y asesorado este rey ó gran metafísico de un consejo ó asamblea de varones doctos elegidos por el pueblo.

A la izquierda de la iglesia, se levanta aislada una alta torre que llaman Campanella. Arcos prodigiosos, de gusto, de arte, de belleza, de formas, dan vuelta á las tres fachadas de la plaza. Debajo de ellas se ofrecen entre un profuso alumbrado de gas centenares de elegantes tiendas y cafés. La plaza de San Márcos, como toda Venecia, sin exceptuar una sola calle, está muy bien embaldosada.

Campanella se pasma de que tanta riqueza se disipe sin saber cómo, y de que siempre estemos sin un real y pidiendo prestado. «Est, dice, admiratione dignum, quomodo consumatur tanta divitiarum vis, sine ullo emolumento; cum videamus Regem fere perpetua inopia laborare, atque etiam ab aliis mutuo accipereLo mismo ocurría entonces entre los particulares que en el Estado.