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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Las mujeres van a comprarse dijes, afeites y mudas, a vestirse con Worth y a aprender a saludar, a andar y moverse con suprema distinción y según el último estilo; los seres humanos de ambos sexos, que presumen de discreción, van allí a adquirir desenfado y soltura fina y a ejercitarse en lo que llaman la causerie, o dígase en cierto linaje de amenísima y sutilísima charla, que, según afirman los franceses, y casi todos los que no son franceses creen, sólo en Francia y en francés es posible; y los jóvenes, por último, que sienten arder en su cabeza, ora el volcán de la inspiración poética o artística, ora el fuego sagrado y creador de las especulaciones filosóficas o de las ciencias experimentales, van a París a iniciarse en ellas, a inspirarse, a saturarse bien de civilización, ya frecuentando la Sorbona, ya asistiendo a los teatros, ya paseándose por los boulevards, ya conversando con las heteras, como Sócrates, Alcibíades y Pericles conversaban con Aspasia.
Esta dama hará venir de Inglaterra sus coches y sus caballos, y de Francia sus tocados y vestidos. Tal vez, recelando que una cocinera española la envenene, hará venir de tierra extranjera, conformándose con la opinión de un aristocrático vate, a Cierto químico excelente Que estudió y ganó la borla En el Café de París, De cocineros Sorbona.
Y, sin embargo, ningún pueblo los ha poseído en el mismo grado ni ha sido más variado en la creación de sus tipos; lo que le ha faltado es la libertad literaria que se le disputa, desde que posee una literatura, en nombre de Aristóteles, en nombre de la Sorbona, en nombre de la Universidad, en nombre de la Academia, y que, en los días de emancipación universal a que hemos llegado, se le negará probablemente en nombre de la universidad.
Palabra del Dia
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