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Actualizado: 9 de julio de 2025
Al saltar del lecho, ví con satisfacción que Paulino también la oía, pues estaba sentado sobre su estera, con asombro dibujado en sus facciones. Salimos los dos y recorrimos la galería, sin encontrar persona alguna, y con el extraño caso de que el hombre que tosía parecía seguirnos durante todo el trayecto.
Salimos para París sin grandes deseos por parte de Gloria. Mas a los tres o cuatro días de hallarnos allá, y después de haber disfrutado de su maravillosa animación, me pedía ya que nos volviésemos a España.
Hace seis meses que no asisto á fiestas semejantes y todas las notas de la partitura me bullen en el cerebro. Creo que me vendría bien tomar el aire. Entonces despediré el coche y volveremos á pie. Á poco tiempo salimos á la calle y nos pusimos á pasear por los inmensos barrios de la ciudad, fumándonos un exquisito cigarro.
Cuando salimos á la plaza de Trafalgar, nos parecía que en realidad resucitábamos, ó que salíamos si no de un sepulcro, del infierno de una pesadilla estranguladora. ¿Podía Inglaterra permanecer indiferente á ese profundo malestar, cuando la gangrena se manifestaba principalmente en el corazon de sus mas grandes ciudades manufactureras y comerciales? No!
Salimos de casa á las diez, y discurriendo casi maquinalmente por la calle de Montesquieu, notamos que entraban y salian muchas personas del número 6. Nos aproximamos, dirigimos hácia el interior del piso bajo una mirada escudriñadora, y desde luego convinimos en que aquel edificio debia ser una iglesia ó bien un teatro.
Salimos
Nosotros somos algo rudos, y los españoles un poco vanagloriosos y excesivamente confiados en sus propias fuerzas, casi siempre con razón. Los franceses están sobre Cádiz dijo doña Flora , y ahora salimos con que no hay aquí bastante gente para defender la plaza. Así parece.
Entonces se entró en la iglesia mayor, y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos, hasta que todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia. A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer.
Cuando me hube vestido, me cogió por un brazo y se empeñó en que le acompañara á dar una vuelta por el barrio, mientras era hora de almorzar. Dispúseme á complacerle y salimos del cuarto.
Ello es que ambos salimos muy agradablemente de aquel a modo de apuro, trocándose de súbito nuestra amistad y nuestro conato de amor anacrónico en el santo y puro afecto de un padre y de una hija. ¡Padre mío! dije yo y eché al Barón los brazos al cuello. Después de esta dulcísima expansión, llamé a Madame Duval para que nos hiciese compañía.
Palabra del Dia
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