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Actualizado: 8 de junio de 2025
POESÍAS, por D. Antonio Ros de Olano, con prólogo de D. Pedro A. de Alarcón. Un tomo, 4 pesetas. Ejemplares especiales. HISTORIA DE LA LITERATURA Y DEL ARTE DRAMÁTICO EN ESPA
Maximiliano veía desde la ventana de su tercer piso a los alumnos de Estado Mayor, cuando la Escuela estaba en el 40 antiguo de la calle de Serrano; y no hay idea de la admiración que le causaban aquellos jóvenes, ni del arrobamiento que le producía la franja azul en el pantalón, el ros, la levita con las hojas de roble bordadas en el cuello, y la espada... ¡tan chicos algunos y ya con espada!
Con Espronceda, Ros de Olano, Enrique Gil y Florentino Sanz asistía al cenáculo del café del Príncipe, amable lugar donde se forjaron algunas de esas queridas narraciones que tanto nos han emocionado en nuestros primeros devaneos sentimentales, cuando pasábamos horas enteras devorando las pintorescas ediciones de Gaspar y Roig.
Se puso el ros y vio que era bueno. Empuñó el sable. Era un palito pinchante amarrado a una empuñadura de metal, que en su origen parecía haber sido asa de un brasero de cobre. Había en la prenda militar una fabricación tosca, pero ingeniosa, que denotaba tanta habilidad como falta de medios. Autor y dueño de aquellos arreos era, como se habrá comprendido, el famoso Pecado, gran amigo de cosas de guerra, y que desde su tierna infancia se mostraba muy precoz para las artes mecánicas.
No vus perdáis, muchachos volvió a decir el otro, sin soltar de la boca sucia el caramelo largo. ¡Que le achuche, que le achuche!» graznaron varios, arremolinándose. El Majito y Colilla, que así se llamaba el del carbonero, se sacudieron el primer golpe en los hombros. «¡Leña! ¡Atiza!». A los primeros golpes cayó a tierra el ros.
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